El Agapornis roseicollis, “inseparable de cuello rosa”, con sus 15-16 cm de longitud es uno de los mayores entre los pertenecientes al género de los Agapornis. Descrito ya en el siglo XIX, es, todavía hoy, una de las especies más criadas en muchos países y amplia­mente comercializada, gracias también a su mayor docilidad respecto a los demás integrantes del género, sobre todo si se crían a mano, tanto en su forma ancestral como en sus numerosas mutaciones.

Pertenece al grupo con ojos sin cerco y no presenta signo alguno de dimorfismo sexual.

Descripción

En su forma ancestral, el Agapornis roseicollis presenta cuerpo verde, obispillo azul brillante, que contrasta con las plumas de la cola, que son verde naranja y negro. Garganta, meji­llas y frente forman la característica máscara, que delimita el pecho, de color rojizo y que ahora, gracias a la selección, ha alcanzado una coloración rojo intenso, sobre la que destaca el grueso pico, de color carne. Las rémiges tienden al negro en su parte superior, mientras por la inferior están difuminadas de azul. Los hombros son amarillentos, el ojo bruno y las patas oscuras.

Distribución

Vive en pequeños grupos en las zonas boscosas de las regiones africanas: Angola, Botswana y Na­m­i­bia, sobre todo en las proximidades de los cursos de agua. Su área de difusión supera los 400 km2 y los 1.000 metros de altura. En avicultura, considerado su comportamiento territorial, los alojaremos por parejas en jaulas individuales, mientras los jóvenes pueden permanecer en voladeras en grupos de 10 o 15 ejemplares.

Alimentación

Una buena mixtura para periquitos, a la que añadimos pasta seca mezclada con pimientos pequeños, manzana y espigas de panizo en la fase reproductiva. Podemos suministrarles otras frutas y verduras, que serán más o menos apetecidas, dependiendo de cada sujeto.

Reproducción

El periodo reproductivo en cautividad no presenta prácticamente solución de continuidad, excepto en la fase de muda. Es una buena decisión, por consiguiente, sacar los nidos de la jaula en los momentos en los que se quiera dejar descansar a las parejas de reproductores. El nido, rigurosamente de doble cámara, se pondrá con una capa de turba no tratada, mezclada con virutas.

 

En la formación de las parejas, una buena norma sería dar la posibilidad a los animales de escoger sus respectivos compañeros. Sin embargo, por motivos selectivos, nos vemos obligados a menudo a unir a los sujetos sin su vo­luntad, por lo que habrá que adoptar algunas medidas para evitar fracasos en la reproducción o peleas, incluso mortales. Es conveniente, por ejemplo:

  • Tratar de acoplar sujetos jóvenes. Si esto no es posible, conviene observar su comportamiento y separarlos si se pelean. En el caso de hembras ya reproductoras a las que se quiera cambiar el macho, habrá que prestar especial atención, ya que se vuelven muy agresivas y pueden llegar a matar a su nuevo compañero.
  • Si se separan parejas para formar otras nuevas, no dejaremos las jaulas de los ex-amantes en el mismo local donde se alojarán las nueva parejas. La sola vista y el reclamo serán más que suficiente para fracasos reproductivos y peleas.
  • No pondremos de inmediato la caseta nido, que estimula aún más el comportamiento territorial, sino que lo haremos cuando estemos razonablemente seguros de que los sujetos han alcanzado la necesaria armonía.
  • En caso de huevos infecundos, probar a sustituir el macho. El que un sujeto no fecunde a una determinada hembra no significa que no pueda ser un excelente reproductor si lo acoplamos con otra.
  • Una vez estemos seguros de que la pareja se tiene mutua confianza, pondremos juntas ramitas de sauce o de otra especie de leña blanda, que utilizarán, junto con las plumas, para re­llenar el nido. En este punto, la pareja se retirará al nido e iniciarán sus acoplamientos. Las puestas suelen ser generalmente de 4 huevos, en 2 o 3 días, cuya incubación dura alrededor de 23 días.

Mutaciones

En el transcurso de los años, los criadores de los distintos continentes han conseguido obtener un número elevadísimo de mutaciones más o menos apreciadas, de las que podríamos hacer una relación interminable. Sin embargo, la selección ha llevado a subdividir los roseicollis en tres grupos principales:

  • cara roja
  • cara naranja
  • cara blanca

que llevan después todos los factores con extensiones, con identificaciones incluso geográficas (American… Australian…., West German…, Japanese, etc., etc.).

Hibridaciones

Muy a menudo, el Roseicollis ha sido utilizado para incrementar la talla de otras especies de Agapornis. Esta práctica, que ha llevado a obtener buenos resultados en los concursos, según nuestra opinión, y no sólo la nuestra, no es recomendable en absoluto y no incentiva en cuanto portadora de mutaciones genéticas a menudo imperceptibles a simple vista y extremadamente perjudiciales en términos comportamentales.

Ya que somos nosotros los depositarios de la supervivencia de las especies animales, somos también nosotros los responsables de la integridad de cada una de ellas.

Un bonito grupo de agapornis de 2-3 meses. Si bien la máscara delata la juventud de los sujetos, porque aún no está formada del todo, de algunos de ellos ya podemos decir que serán excelentes ejemplares en la edad adulta. También el color negro del pico de alguno denota su juventud. Hacia el día 90, desaparece.

Conclusiones

Ciertamente, el Roseicollis, por su facilidad de reproducción, está muy difundido en cautividad. Es por ello la mejor especie para aproximarse a la cría de psitácidos, teniendo en cuenta, además, que hoy en día podemos encontrar en el mercado excelentes ejemplares, no sólo ancestrales sino también de cada tipo de mutación, capaces de satisfacer incluso los gustos más exigentes en cuestión de coloridos.